Líderes efectivos en el día a día II: Dar lo mejor de uno mismo
¿Dar lo mejor de uno mismo y fomentar lo mejor en los demás ha de ser el camino y no la meta del liderazgo efectivo? Aceptar las dificultades como parte de la vida y tratar de aliviar el daño que hayamos provocado nos ayuda a estar atentos, enfocados en el momento presente, que es en el que inevitablemente transcurre toda toma de decisiones. Es ahora, en el presente, donde puede tener su origen todo lo que es posible, aunque no sepamos exactamente qué nos aguarda “ahí fuera”
¿Qué tengo que hacer? ¿Cómo tengo que ser?
Son preguntas que frecuentemente se responden en libros relacionados con el liderazgo o la motivación. Sé optimist@, resiliente (superando la adversidad), confía en ti, sé transparente, adaptable, carismátic@, con iniciativa, consciente de lo que pasa por dentro y por fuera, reconoce en qué mejorar y qué se ha hecho bien, haz críticas constructivas.. etc. Uffff…
Con un par de buenas lecturas sobre el tema, una situación estable, con un nivel de estrés óptimo, bien dormido y comido, con certeza sobre lo que uno quiere y con unas relaciones construidas sobre un fuerte vínculo resultará accesible -seguramente sencillo- dar lo mejor de uno mismo y fomentar lo mejor en los demás, intencionadamente. No obstante tarde o temprano alguna variable cambiará ese idílico panorama y las cosas ya no resultarán tan nítidas, surgirán los conflictos y probablemente nos pillen por sorpresa. Por eso el liderazgo efectivo ha de ser concebido como un proceso más que como una meta.
Dar lo mejor de uno mismo, como una meta
Verlo como una meta nos puede precipitar hacia lo más fácil, lo más rápido y, generalmente, a algo poco sostenible. Ante el conflicto, a muchas personas la tendencia natural les hará apuntar hacia afuera, hallando en los demás muchas cosas por cambiar, asignando culpables de que las cosas no vayan mejor. Incluso verán en el entorno justificaciones por las que no han hecho las cosas como realmente querían. Tenderán a querer controlar, dominar la situación y cambiarla hacia su visión particular de cómo tienen que ser las cosas.
Esa misma concepción de meta en otras personas, no obstante, implicará apuntar exclusivamente hacia adentro. Tenderán a pensar que sólo en su cambio o adaptación la situación mejorará, autoasignándose la responsabilidad y cargándola a sus espaldas para salir del paso y evitar así cualquier tipo de conflicto.
Y es que, estando conectados con todo lo que nos rodea, a largo plazo se evidencian tanto nuestras virtudes –sintiendo y provocando buenas sensaciones – como nuestros defectos –sintiendo y provocando sensaciones desagradables- . Es la oportunidad constante que nos ofrece la vida para mejorar.
Ver el liderazgo efectivo como una meta, nos invitará a ser estables en cada una de esas habilidades asignadas a los líderes efectivos, perdiendo la visión sistémica, como conjunto. A pretender saltarse y vivir al margen del dinamismo de la Naturaleza que, como sistema abierto, precisamente se fundamenta en el desequilibrio para cambiar y así poder crecer.
No obstante, implícito en verlo como una meta, están las ganas de conseguirlo, de llegar a dar lo mejor de uno mismo y fomentar lo mejor en los demás. El ahínco, el brío, el impulso por hacer que suceda. Y eso también es determinante. Fijarse metas nos ayuda a mover el trasero, ya que nos permite medirnos y –con experiencias- llegar a aprender, ingeniar y también, cambiar.
Dar lo mejor de uno mismo, como un proceso
¿Qué entendemos como proceso? El enfoque en el camino, las distintas fases sucesivas en las que ir dando lo mejor de uno mismo y fomentando lo mejor en los demás, aunque no sea de un modo ideal. Implica actuar en consecuencia cuando nos damos cuenta de que la hemos liado. Pone el foco en el momento presente aún sabiendo que hay un camino por recorrer.
Desde esta perspectiva se aceptan los momentos no deseados como parte del juego, y se aprovechan como retos sobre los que mejorar tanto nuestras experiencias como las de los demás. La reflexión, los momentos de apertura sincera hacia lo desconocido o lo difícil de aceptar son parte de ese camino, ya que esconden siempre algo más por aprender. Y por lo tanto, herramientas y métodos nuevos que nos pueden ser útiles en algún momento.
El liderazgo efectivo no consiste en aplicar en todo momento todas esas habilidades, a toda costa. Difícilmente transmitiré importancia crítica y urgente a alguien, si no me doy el permiso de elevar el tono de voz hasta –incluso- mostrarme en tensión, liberando de un modo natural mis tensiones emocionales dentro de los pactos tácitos de nuestras familias, círculos sociales, empresas o culturas. En el momento en que pase la ralla de lo permitido, generaré el conflicto necesario para que el sistema lo resuelva por sí mismo, cambie y crezca.
Es decir, si bien cada una de esas habilidades son tremendamente útiles, tratar de aplicarlas todas a la vez nos puede suponer un mayor estado de conflicto, restando naturalidad y resonancia por nuestra parte.
Contemplar qué está sucediendo y qué es lo que se puede cambiar nos invitará al diálogo y a la atención tanto de lo que hay fuera como dentro de uno mismo. Tratando de ver la situación como un fuego que quema si se toca y que calienta si se está charlando alrededor de él. Será por tanto una invitación al diálogo: a la escucha y a la expresión sincera. La información es la clave que permite a las relaciones cambiar. Hay también información útil en el cómo un conflicto se ha producido y en el cómo plantear situaciones nuevas, por venir.
No obstante, ver el liderazgo efectivo como un proceso, nos puede conducir al conformismo y la sensación abrumadora de que el cambio conlleva un conflicto que no vale la pena afrontar. Cambios que cuestan demasiado llevar a cabo. Nos puede restar capacidad de consecución, que precisamente podemos desarrollar en la fijación de metas.
Es un camino que merece la pena recorrer pegado al suelo –a pie, en kayak o a caballo-, ya que hay muchos matices que saborear y muchos paisajes, climas y gentes con los que compartir nuestra vida.
Conclusiones
#Transmitir, resultar atractivo, inspirar, estar atento, sentirse íntegro y equilibrado, participar en los cambios y pasarlo bien es más fácil cuando la situación acompaña. Es ante la adversidad cuando dar lo mejor de uno mismo y fomentar lo mejor en los demás supone un reto, y por lo tanto, mayor aprendizaje y potencial de cambio.
#Más que verlo como una dicotomía entre proponerse dar lo mejor de uno mismo como una meta o como un proceso, integrar ambas perspectivas como un “proyecto vivo” en el que empezar desde el principio a aplicar aptitudes y actitudes con una finalidad o meta definida, hará que nos resulte más llevadero. Como en la vida misma.
#Tras cada cosa que se nos da muy bien, cada virtud, generalmente habrá algo que quede a la sombra. Por ejemplo: si soy muy bueno tomando la iniciativa para decidir, generalmente no lo seré tanto para fomentar que los que están a mi alrededor también la tengan. Llegar a ver el “lado bueno” de las cosas que no nos gustan también es una virtud.
#No tienes el deber de conseguir que las cosas vayan bien para ti y para los demás, en todo momento. En los desequilibrios, en los conflictos, hay potencial de cambio y por lo tanto crecimiento. Poco a poco, ante cada reto, la actitud de dar lo mejor de uno mismo irá ampliando su rango, ganando en las habilidades que inicialmente no se nos daban tan bien.
#La mejor brújula son nuestras sensaciones. Si algo no te convence es que aún hay algo sobre lo que indagar, pedir perdón o agradecer.
#No es tan importante el “qué” como el “cómo”.
#“Ser líderes efectivos en el día a día” es un camino que merece la pena recorrer pegados al suelo –a pie, en kayak o a caballo-. Enfocados en cada paso –y sabiendo hacia dónde vamos- tendremos más probabilidad de alcanzar la meta a la que realmente queremos llegar.
Bibliografía relacionada
El Liderazgo y la Nueva Ciencia, de Margaret Wheatley
Liderazgo. El poder de la Inteligencia Emocional, de Daniel Goleman
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